El pasado día 17 de noviembre, viajamos con Amayecla a la ciudad de Villena, tan cercana y tan desconocida, por lo menos para mí, aunque el frío me hizo sentir como en casa.
Comenzamos la jornada con un recorrido por el casco antiguo de la ciudad, la primera parada fue la Plaza Mayor, que se erige como el nexo de unión entre el casco histórico y la ciudad moderna, y que ha sido desde antaño el centro administrativo y comercial de la ciudad.
Desde allí nos dirigimos al Castillo de la Atalaya, al que llegamos tras subir un buen tramo de escaleras, que a más de uno se le hizo eterno pero que nos hizo entrar un poco en calor. El Castillo es el monumento más significativo de Villena, declarado Monumento Histórico Artístico en 1931, y declarado B.I.C., ha sido testigo del mestizaje cultural musulmán y cristiano de la ciudad. Su origen se remonta a finales del siglo XII, en 1240, tras la conquista cristiana pasó a manos del infante de Castilla Don Alfonso, quién creó el Señorío de Villena para su hermano el Infante don Manuel. Don Juan Pacheco, a mediados del siglo XV, mandó construir los dos cuerpos superiores de la torre y colocó su escudo en la muralla exterior. No pudimos acceder al interior, pero pudimos contemplar toda su majestuosidad desde fuera, las torres defensivas que lo circundan y la gran torre del homenaje así como la remodelación a la que ha sido sometido en los últimos años, y que goza de gran controversia entre los villenenses, la Torre pareciera, para algunos, que acababa de salir del médico llena de tiritas, en un intento de emular el modo de construcción del tapial almohade.
Tras la visita al castillo nos dirigimos hacia el barrio de El Rabal, donde nos adentramos en una red de estrechas callejuelas, con pequeñas manzanas irregulares, hasta llegar a la Iglesia de Santa María, edificada, probablemente sobre la antigua mezquita, esta iglesia sigue las normas estilísticas de las iglesias de Reconquista, cuyo interior muestra la presencia de tres estilos y etapas arquitectónicas: el gótico en la cabecera, el renacimiento en la nave central y el barroco en la portada exterior.
La siguiente parada fue la Iglesia de Santiago, de visita obligada para todos los que se acerquen a Villena, sin palabras nos quedamos cuando entramos al interior y contemplamos las imponentes columnas torsas con relieves antropomorfos, vegetales y heráldicos en los capiteles, y ante las cuales no puedes dejar de pensar en la Lonja de Valencia, y en la gran similitud que hay entre ambos edificios, con la distancia evidente que existe entre un edificio religioso y otro civil, en su interior se conservan importantes obras como la pila bautismal realizada por Jacobo Florentino en piedra caliza, y los restos de la reja labrada en 1553 a los pies del altar. Destacan también la puerta que da acceso a la sacristía y el aula capitular, que junto con las dos ventanas del exterior fueron construidas por Jacobo Florentino y Quijano.
La Iglesia de Santiago se sitúa en la Plaza que lleva su mismo nombre, de trazado irregular y que constituyó el centro de la antigua población cristiana. Esta plaza se constituye como centro cultural, social, civil, religioso y de ocio de la ciudad. En ella se sitúa el edificio del Ayuntamiento, en cuyo interior se encuentra el Museo Arqueológico «José María Soler», que fue la última visita de la mañana. El museo acoge los restos arqueológicos de las distintas culturas que se asentaron en la zona, desde el Paleolítico Medio, hace 50.000 años, Neolítico, Calcolítico, Edad del Bronce, cultura ibérica y las civilizaciones romana y árabe. Lo más destacado, sin duda, son los restos hallados en el poblado del Cabezo Redondo, del bronce, y por encima de todo el Tesoro de Villena, formado por 35 objetos de oro de más de tres mil años de antigüedad, y que guardan bajo llave en una gran caja fuerte, no es para menos. El tesoro es lo más destacado del museo, del resto, y como curiosidad, destacaré el amuleto fálico romano hallado en Denia, muy similar al conservado en el MAYE.
Tras una intensa mañana histórico-artística, nos dirigimos al restaurante para seguir conociendo la cultura villenera, pero ahora la gastronómica, disfrutando, algunos con la vista y otros con el estómago, del famoso trigo villenero, un plato contundente que unido al vino, también villenero, hizo que a más de uno le salieran los colores.
Con el estómago lleno y reposado, nos dirigimos a la última parada, el Santuario de Nuestra Señora de las Virtudes. Situado a siete kilómetros de la ciudad, y que según la leyenda fue construido por los villenenses para que les protegiera de la peste que asoló la población. La Iglesia gótica, a la que se accede a través del claustro es lo más destacado, y de su interior el Camarín de la Virgen, una obra barroca, decorado con estucos y pinturas del siglo XVIII, y que impresiona por su profusa y colorida decoración.
Fue sin duda, un día largo, de mucho frío, pero muy enriquecedor, en el que pudimos comprobar que a pesar de pertenecer a dos autonomías distintas, villenenses y yeclanos nos parecemos más de lo que creemos.
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